Y es en ese territorio de lo ficticio, aparentemente desolado, donde surge y se expanda el diálogo entre las formas, matizado sutilmente por el espacio que las envuelve.
Es también en ese juego de tensiones donde el pensamiento, a veces caótico, enmarañado, nunca se da por vencido y sigue en pie, aprendiendo de las ficciones de la vida, sin más pretensiones que vivir.
Vivir sin velos ni velas.